lunes, 24 de octubre de 2016

La despedida del padre y la incorporación del retorno

La muerte de un padre duele profundamente, no se puede describir la sensación de ese salida de quien te dio el gen para luego dejar de existir, no importa cuan súbita o lenta sea la despedida. La despedida de mi padre fue larga, se iba despidiendo poco a poco, lentamente meses después del número 86 de vida. Una de las primeras reflexiones que me ayudaron a entender el dolor de su salida fue que no sufriría más de la neumonía que lo azotaba; el padre es fuerte, lucha, no desea irse, se apega a la vida, al terreno, a su casa, a su cuarto, a su pequeño mundo que en su caso junto a su mujer, mi madre, construyó como único ideal, una casa. Sin tal vez dejar de saberse enlodado por su propia naturaleza masculina, lo cual mantuvo en profunda reserva, muy apartado de nuestra inocente expectativa. Falleció haciendo un extraño sonido gutural, como no pudiendo respirar y queriéndo decir algo que dentro de su lúcido entendimiento pero dentro de la cárcel del cuerpo marchito le impedía articular y no pudo completar, pienso que sus palabras serían: "...hijo, ahora creo que finalmente me voy, ya no puedo más y tengo miedo...", se echó, le dí un poco de agua, no me dí cuenta que se despedía. Salí de la casa, su caricia final fue suave, temblorosa y contemplativa, no la entendí, a los 30 minutos me comunicaron su descanso; mi llanto significó que como hijo fui un avaro,egoísta, individualista y que poco ayudé al viejo a vivir mejor, porque como él vivía en mi propia burbuja. Quizá no aprendí a amar porque mi viejo no fue solidario conmigo cuando era enano, lo fue para verme vivir y me recalcaba sus esfuerzos hacia mí, lo cual valoro cuando una vez me sacó del ejercito en tiempos del terrorismo, me dijo llorando : "para mí ya estabas muerto" y me lo repitió luego de 30 años. Algo que agradeceré eternamente, salvo alguna manifestación rauda suicida o violenta mía, de otro modo, me iba a Ayacucho y volvería en un cofre, no escribiría esto, pese a todo impulso en pensamiento por acompañarlo y en verdad, con rareza, siento que me observa desde algún rincón.

La segunda reflexión que allano es que mi sentimiento de culpa ha sido pensar en lo ínfimo que somos y en lo cobardes que nos hemos convertido como hijos y en tanto como parte de nuestra especie. Mi padre nunca fue creyente, no iba a misa, no creía en supersticiones, ni temas paranormales, ni cariños, nada de perros ni gatos, los detestaba. Fue un hombre cuya practicidad se resumía en una buena comida, un ají, una cerveza, los amigos, la familia, renegar de la nada, cortar árboles, mostrar su fuerza, amar y fastidiar a mi madre. Duro y espeso, cariñoso y bruto chambeador. Antes de que muera no es uno quien se da cuenta de que ya se empieza a despedir, es una extraña intuición manifiesta en ciertas señales alrededor que advierten su partida, una melodía, un libro, un sueño, un encuentro, un olor, un recuerdo. Mi padre no se dejó engañar, solo él engañaba sus propias angustias, de una manera advertí con tristeza y confirmé solo por boca de mi madre sus salidas nocturnas. No me duele, soy hombre y lo entiendo, me las olía desde adolescente, cuando solo una vez en su vida me dijo: "hijo, haz tus vainas afuera, no en la casa", en donde solía convivir con la madre de mi hija. Esto me ayudó a entender mejor mi masculinidad y en contraste la importancia de la femineidad como condición humana, necesaria. Solo la relación tan tirante de mis padres la entendí tal como una micro idea de la guerra. Los conflictos permanecían, y sus pobrezas las repartían por todas las paredes del hogar que se impregnaron de ella y se nos pegostearon las alas.

Eres huérfano, es el tercer punto, te vas quedando más en la condición de independencia física en la medida que la incorporación del padre subyace a tu cuerpo. Rápidamente fusionas su pensamiento, mi experiencia es esa, soy padre entre varios más que son mis hermanos, presumes el rol y te interrogas con enojo acerca de la corta estancia que la vida te otorga para tal o cual tarea no identificada, se extiende un entendimiento mayor del valor que posees para terminar una tarea que a lo mejor tu padre no pudo o no quiso pero que hubiese querido ver impregnada en tí como el logro tuyo que siempre quisiste para enorgullecerlo, Ser alguien que él quería, exitoso. Eso no se dió. Se rompen los controles y puedes enfocar un camino diferente, venciendo la culpa que te embarga, sus miedos heredados, sus cóleras heredadas: conviertes el vidrio molido de sus huesos del nicho de cemento en un nuevo lago; por ahora no tengo certeza solo estas conjeturas sobre la muralla.

El dolor repito, es un lastre, es irreversible, el mejor padre puede matar con su muerte al hijo más agradecido, el hijo menos agradecido puede entrar en ira contra el mundo por no haber sido el buen vástago para su difunto y en tu pensamiento si sabes que fue un buen padre, las contradicciones están en reciprocidad. La muerte del padre hace reciproca las relaciones, no físicas, pero advierte que no te queda mucho tiempo, la señal es clara, la cama nos adormece, los años se recortan y la teoría popular de que cada año pasa más rápido que al anterior es real porque es proporcional a tu experiencia. La sensación de sorpresa es distinta, varía, en comparación a un segundo que un niño disfruta como una eternidad. Evalúas las cosas que has hecho de ti mismo para transformar un poco tu entorno. Tu padre no debió haber muerto en vano. El viejo mejoró el suyo, se le fue la vida en ello, porque en mi caso, mi padre se valió solo, sufrió el abandono y a mí hoy me "abandonó" también. Vale la pena el dolor el llanto, la despedida, la cólera, la rabia y la aproximación hacia los complejos para notar que sería mejor orientar tu vida hacia un solo fin en donde su muerte te exige otorgar tu mejor sonrisa antes de que nos cruzemos la muerte, él y yo.