Las horas no cuentan segundos en el papel del compositor
Las palabras se esculpían espontáneas: interpretar el mundo era oficio
Dos soles y una madre, los sustantivos suficientes para la obra perfecta
Los latidos, la fuerza, una mano estirada apuntando al índice que observa tu propio centro
La introspección era el encierro sin embargo el Divo tuvo que escapar al cielo
Detrás de las Tejas de la ceguera de este mundo inmundo lleno de puchos
La poesía te revestía y la disonancia se afinaba en el solo subterráneo de alcurnia
Los vivos no respiran: tu ahora ventilas el arte desde las brasas de la leña inglesa
Las locas negras, el hombre maniatado y la espesa capital ya no dicen:
Bla bla bla
Ese era el himno de la ciudad de quien se cree dueño y de ellos la burla tu sonrisa configuraba
Canta alto y fuerte con harto desafinado como cuando de niño te escuché
y miré impávido adentro el sensible inframundo
Solo el muerto que no sabe que esta vivo entiende y el vivo que muere busca una fórmula enrevesada
Adiós al ídolo, al padre, al hijo, al encierro y a las batallas celestiales entre los cables de la ciudad
La indiferencia se terminó, hoy el compositor es feliz en la alfombra, disfrutando la audiencia
inagotable,
El regreso a los aplausos, al parlante roto contra el piso unánime y al plató que ya nada perturba
Todo esta en calma, sin sirenas.